Lamentablemente, muchos empresarios, en determinados momentos de su trayectoria profesional, no son conscientes de que su negocio está en un momento de crecimiento, cuando debería estar cambiando, ya que en la mayoría de los casos el motivo de esta situación, más allá del estado o características del negocio, está en la visión del propio empresario.
Si nos basamos en las definiciones que el Diccionario de la Lengua Española de la RAE ofrece acerca de éstos dos conceptos, podemos establecer que “Crecer es aumentar” y que “Cambiar es convertir”, lo cual puede servir para realizar una primera reflexión acerca de los cambios que ha sufrido nuestro negocio a lo largo de su trayectoria y de las distintas formas en las que se puede acometer el futuro del mismo, ¿tu negocio crece o cambia?
No es raro, más bien es habitual en estos últimos años, encontrar negocios que han mostrado una incapacidad, asumida o voluntaria, para evitar que el desarrollo de su actividad lo decidiera únicamente el entorno externo. Aunque es aconsejable que la evolución de un negocio esté alineada con los requerimientos y características del entorno externo, al menos para cumplir las normas básicas de adaptación que generalmente mejoran las posibilidades de progreso empresarial, dicha mejora empresarial no sólo debe centrarse en este aspecto, ya que la adaptación y flexibilidad llevada al extremo anula la identidad de las empresas.
Evidentemente, la adaptación al entorno ofrece más garantías de éxito empresarial que el inmovilismo provocado por centrarse en las propias creencias sin evaluar la necesidad de revisarlas y modificarlas, pero aunque dicha adaptación es en algunos casos una cuestión de crecimiento, en otros tiene más sentido analizar la posibilidad o incluso la necesidad de conseguir dicha adaptación mediante un proceso de cambio.
Las oportunidades que el mercado ofrece y las necesidades que marcan las actuaciones de nuestros competidores, pueden resolverse aumentando el número de recursos e inversiones disponibles o convirtiendo nuestros procesos, procedimientos y mecanismos de trabajo en modelos de actuación que diferencien nuestra actividad respecto a los demás, pero ¿qué parece a priori más factible? y ¿qué solución nos acerca más a los objetivos de rentabilidad y desarrollo previstos?
Todo este proceso de análisis debe estar precedido por una reflexión de la realidad empresarial, la cual está profundamente ligada a las creencias, experiencia y trayectoria de la dirección de la empresa, más aún si se trata de sociedades en las que dicha dirección recae en el propietario de la misma. Y es en ese momento en el que las palabras autorreflexión y autocrítica se convierten en el primer y segundo plato de un “banquete” que muchos empresarios no están dispuestos a degustar.
Parece paradójico que teniendo las herramientas perfectas para analizar la realidad empresarial, como son toda la información recabada a lo largo de la historia de la empresa y los valores que han servido de base para “levantarla”, posicionarla y diferenciarla en el mercado, muchos empresarios nieguen la utilidad de un análisis enfocado en el cambio y se centren en acciones dirigidas únicamente a objetivos de crecimiento, cuando en muchos casos estos objetivos no son crecer más, sino dejar de decrecer.
Las pruebas de este tipo de situaciones están en la realidad del día a día de cada negocio, pero se analizan mejor cuando se reflexiona sobre ellas desde un enfoque global, alejándose un poco y observando la historia completa de la empresa. Las evidencias encontradas en este ejercicio mostrarán la necesidad de una u otra solución, pero la tarea más importante es que el análisis se realice desde un enfoque de objetividad, que en muchos casos es el peldaño más alto que hay que subir……..pero es el primero.